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jueves, 23 de marzo de 2017

Del poeta Gabriel Zaid y "lo que no se puede decir"...

LO QUE NO SE PUEDE DECIR,
 según un poeta y un editor   

                                            Guapeton, en el mejor oficio que saber hacer: dormir
                                           La nueva biblioteca de Casanare, en Yopal esperando sus lectores

ELOGIO DE LO MISMO
Por Gabriel Zaid

¡Qué extraño es lo mismo!
Descubrir lo mismo.
Llegar a lo mismo.
¡Cielos de lo mismo!
Perderse en lo mismo.
Encontrarse en lo mismo.
¡Oh, mismo inagotable!
Danos siempre lo mismo.

cotidianidades bibliotecarias en Unitrópico



TUMULTO 
Poema de Gabriel Zaid 

 Me empiezan a desbordar los acontecimientos
(quizá es eso)
y necesito tiempo para reflexionar
(quizá es eso).

Se ha desplomado el mundo.
Toca el Apocalipsis.
Suena el despertador.

Los muertos salen de sus tumbas,
mas yo prefiero estar muerto.





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LO QUE NO SE PUEDE DECIR...

Hay formas de comunicación anteriores al habla. Las células se comunican. Los pájaros y las ballenas cantan. Los peces de un cardumen actúan coordinadamente. También los animales que acechan una presa.
Hay circunstancias físicas en las cuales no se puede decir ni pío, excepto a señas. Por ejemplo, al bucear.
Hay nombres que no se pueden decir. “No pronunciarás el nombre de Yahvé, tu Dios, en falso” (Éxodo 20, Biblia de Jerusalén) es un mandamiento que derivó en no decirlo jamás.
Sócrates fue acusado de impiedad: dar a los jóvenes el mal ejemplo de decir lo que no se podía decir, de cuestionarlo todo.
La imprenta multiplicó los cuestionamientos. Mariano José de Larra transcribe parte del reglamento a la censura de periódicos españoles en 1834 (“Lo que no se puede decir, no se debe decir”).
Juan Rico y Amat (Diccionario de los políticos, 1855): Libertad de imprenta es la “facultad de escribir a gusto del gobierno” y censura la “cirugía del hospital ministerial”.
La radio, el cine y la televisión resultaron más peligrosos, porque llegan hasta los que no saben leer. Pero, a diferencia de la murmuración, que es incontrolable, las nuevas tecnologías facilitaron la censura: el control de lo que no se puede decir. Aunque también dieron alas a la murmuración.
Orson Welles tuvo la creatividad de adaptar a la radio un episodio de la novela La guerra de los mundos de H. G. Wells como si fuera un noticiero, y asustó a los radioescuchas que creyeron en la supuesta noticia de una invasión de marcianos. Involuntariamente, legitimó la censura.
En la web, como no hay (ni puede fácilmente haber, ni es deseable que haya) censura previa, circulan impunemente murmuraciones de la peor especie.
En algunas lenguas, los números se reducen a uno, dos, tres, cuatro y muchos. No se puede decir 27.
Hay números que no se pueden decir, porque son interminables. Por ejemplo: 0.333, etc. (un tercio, ⅓); 1.4142, etc. (raíz de dos, √2); 3.1415, etc. (pi, π); 2.7182, etc. (número de Euler, e).
Hay cosas que se pueden decir en un idioma, pero no en otros. Lo que en portugués se llama saudade es universal, pero no se puede decir tan simplemente en otras lenguas: añoranza melancólica, sentimiento de soledad, deseo de retorno imposible, pesadumbre deliciosa.
En español no se podía decir lo que en alemán se dice Erlebnis hasta que Ortega y Gasset inventó la palabra vivencia.
Hay cosas que no se pueden decir por cortesía. “No hablemos jamás en una reunión sobre materias que no están al alcance de todos los que nos oyen, ni menos usemos de palabras o frases misteriosas con determinadas personas, ni hablemos a nadie en un idioma que no entiendan los demás” (Manuel Antonio Carreño, Manual de urbanidad y buenas maneras).
La autocensura puede también ser generosa cuando decir algo a una persona puede hacerle daño.
“Hay formas de callar sin cerrar el corazón; de ser discreto, sin ser sombrío y taciturno; de ocultar algunas verdades, sin cubrirlas de mentiras” (Abate Dinouart, El arte de callar, 1771, traducción de Mauro Armiño).
No se puede decir lo que está sujeto al secreto profesional, gremial, industrial, de confesión, familiar, amistoso; y a los pactos de confidencialidad.
No se puede decir todo, porque es imposible. Y porque no interesa. Voltaire (“Sexto discurso”): “Desgraciado el autor que siempre quiere instruir. Decirlo todo es el secreto de aburrir.”
“Podemos saber más de lo que podemos decir.” (Michael Polanyi, The tacit dimension). Por ejemplo: no se puede decir un rostro, pero se puede reconocer de golpe, o a medida que surge de un retrato hablado.
No se puede decir lo que eres. Quien quiera definirte puede ir acumulando características que no dicen lo que eres y corresponden también a otras personas (Aristóteles, Metafísica). Esto no solo porque cada persona es única, cada álamo está en el mismo caso.
Podemos definir al ser humano en general o tal especie de álamos, pero no esta persona ni este álamo. La observación de Aristóteles fue resumida en la Edad Media como Individuum est ineffabile.
De los álamos que menea el aire, podemos guardar un recuerdo en la memoria, escribir una canción, pintar un cuadro. También podemos dar definiciones que distingan especies de álamos. Pero este álamo que estamos viendo es inagotable. ¿Qué podemos decir? Es indecible, inefable.
Anoche un fresno
a punto de decirme
algo –callóse.
(Octavio Paz)
No se puede decir el arrobamiento enamorado: Me ha dejado “muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo” (San Juan de la Cruz).
Lo que no digo está más allá de las palabras, tampoco en el pincel deja ninguna huella (Dôgen, siglo XIII, traducción de Aurelio Asiain).
La afirmación final del Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein dice famosamente: De lo que no se puede hablar, callar. ~

                                   En verano algunos árboles se desnudan
                                    En Manare Estereo hablando sobre Unitrópico
                                                Marcela y sus Cuentos en la radio todos los martes
                                           Aprendiendo ortografía
                                                 El profe Buitrago y sus deportes

Nacimiento de Venus 
poema de Gabriel Zaid

Así surges del agua,
blanquísima,
y tus largos cabellos son del mar todavía,
y los vientos te empujan, las olas te conducen,
como el amanecer, por olas, serenísima.
Así llegas helada como el amanecer.
Así la dicha abriga como un manto.

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