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sábado, 24 de mayo de 2014

¡y llegó la literatura infantil a Unitrópico un 23 de abril!






Muchos hechos se vuelven creíbles sólo cuando los denuncian las cifras. El pasado 23 de abril se vivió la nueva versión de la CAMPAÑA UNITROPICO LEE SIN LIMITES cuya filosofía se resume en dos palabras, celebrar a lo grande la belleza y la profundidad de nuestro idioma: el castellano. Esa propuesta es original del Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia que cada año nos invita a leer en voz alta una joya de la literatura colombiana: LECTURA SIN FIN. El licenciado Hernán Rivera Salcedo acuña el lema de dicha campaña sumando miles y miles esfuerzos al infinito. En el 2012 se leyó una novela que infortunadamente sólo conocí acá en los llanos: "Llanura, soledad y viento" de un raizal de estas tierras y poner en circulación una re-edición debe ser un compromiso de ética patrimonial para la institución, al  mirar hacia al futuro de la creación de un fondo editorial que robustezca la Colección Casanare. Para el 2013 seguimos la iniciativa del Ministerio al leer La Vorágine. Y este año, tanto el licenciado Rivera como los organizadores, los docentes Libardo Roa, Jairo Centeno y los profesores del departamento de idiomas,  me acogieron la propuesta: leeríamos en voz alta cuentos infantiles durante todo el día 23 de abril. Y la propuesta tuvo una acogida tal, que nos visitaron centenares de niños de diferentes colegios del municipio de Yopal, contamos con la visita de dos escritoras del género de talla nacional: Luisa Noguera y Ana Mariela Zuluaga, quienes llenaron el auditorio con cercanos y filiales de la literatura y el cuento: el dulce encanto de la palabra para regalar afecto por borbotones. Mil y mil gracias a los profesores, empleados y en especial a los estudiantes que donaron a la biblioteca 86 títulos: bellos, versátiles, vigorosos e ilustrados  sin miserias de ninguna índole. 



Luisa-Noguera-Arrieta
escritora y editora













  
Pero lo más valioso para contar es cómo paulatinamente han seguido llegando de la mano de los sueños, los encantos de la bella durmiente y el soldadito de plomo, muestras irrefutables de la generosidad de la cual somos agentes nosotros los de la especie humana: ¡las donaciones suman hoy 103 ejemplares! Y las estadísticas de los préstamos en sólo quince días se comparan con los préstamos de los libros de cálculo entre los ingenieros, surgió de nuevo el interés por el origami y los niños son hoy unos compañeros permanentes que con todo el gusto atendemos todos los días. Es evidente, que Yopal necesita a gritos más salas de lectura infantil, que la Triada y COMFACASANARE son insuficientes y, que la infancia no tiene porqué pagar las consecuencias de la obras monumentales inconclusas. 

Aún más, es un placer constatar que los adultos también gozamos con las pericias de Caperucita Roja contada por el abuelito de Gianni Rodari. Es tal el impacto creado que podemos abrir una apuesta: leer la GRAMATICA DE LA FANTASÍA durante el período vacacional próximo, entre el nueve y el veinte de junio próximo.  ¡Llegó la literatura infantil a Unitropico! ¡Y gracias a Dios me tocó ser su embajador!




Para aprender a amar y a defender los animales, existe en internet la página de una entidad que sueña y vuelve reales sus sueños de cuidado y amor a los animales:

Escanear0029g

su enlace es:

http://defenzoores.co/home/?p=1760 (16-07-2015)


sábado, 10 de mayo de 2014

CIFRAS DE COMO SE MUEVE LA COLECCIÓN INFANTIL EN UNITROPICO



Colección Casanare273%
Colección  de Trabajos de Grado61%
Colección leasing BBVA-Unitropico61%
Colección general 73584%
Colección Humboldt30%
Otros formatos: CD's, Vídeos, mapas, entre otros10%
Literatura infantil y/o juvenil455%
Publicaciones seriadas81%
Sugiere enlaces electrónicos00%
Otro496%






 






















¡Y LLEGÓ LA LITERATURA INFANTIL 
A UNITROPICO PARA QUEDARSE!

Por Luis Emiro Álvarez

yopal, de mayo 24  a julio 7

Muchos hechos se vuelven creíbles sólo cuando los denuncian las cifras. El pasado 23 de abril se vivió la nueva versión de la CAMPAÑA UNITROPICO LEE SIN LIMITES cuya filosofía se resume en dos palabras, celebrar a lo grande la belleza y la profundidad de nuestro idioma: el castellano. Esa propuesta es original del Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia que cada año nos invita a leer en voz alta una joya de la literatura colombiana: LECTURA SIN FIN. El licenciado Hernán Rivera Salcedo acuña el lema de dicha campaña sumando miles y miles esfuerzos al infinito. En el 2012 se leyó una novela que infortunadamente sólo conocí acá en los llanos: "Llanura, soledad y viento" de un raizal de estas tierras y poner en circulación una re-edición debe ser un compromiso de ética patrimonial para la institución, al  mirar hacia al futuro de la creación de un fondo editorial que robustezca la Colección Casanare. Para el 2013 seguimos la iniciativa del Ministerio al leer La Vorágine. Y este año, tanto el licenciado Rivera como los organizadores, los docentes Libardo Roa, Jairo Centeno y los profesores del departamento de idiomas,  me acogieron la propuesta: leeríamos en voz alta cuentos infantiles durante todo el día 23 de abril. Y la propuesta tuvo una acogida tal, que nos visitaron centenares de niños de diferentes colegios del municipio de Yopal, contamos con la visita de dos escritoras del género de talla nacional: Luisa Noguera Arrieta y Ana Mariela Zuluaga, quienes llenaron el auditorio con cercanos y filiales de la literatura y el cuento: el dulce encanto de la palabra para regalar afecto por borbotones. Mil y mil gracias a los profesores, empleados y en especial a los estudiantes que donaron a la biblioteca 86 títulos: bellos, versátiles, vigorosos e ilustrados  sin miserias de ninguna índole. 

Pero lo más valioso para contar es cómo paulatinamente han seguido llegando de la mano de los sueños, los encantos de la bella durmiente y el soldadito de plomo, muestras irrefutables de la generosidad de la cual somos agentes nosotros los de la especie humana: ¡las donaciones suman hoy 103 ejemplares! Y las estadísticas de los préstamos en sólo quince días se comparan con los préstamos de los libros de cálculo entre los ingenieros, surgió de nuevo el interés por el origami y los niños son hoy unos compañeros permanentes que con todo el gusto atendemos todos los días. Es evidente, que Yopal necesita a gritos más salas de lectura infantil, que la Triada y COMFACASANARE son insuficientes y, que la infancia no tiene porqué pagar las consecuencias de la obras monumentales inconclusas. 

Aún más, es un placer constatar que los adultos también gozamos con las pericias de Caperucita Roja contada por el abuelito de Gianni Rodari. Es tal el impacto creado que podemos abrir una apuesta: leer la GRAMATICA DE LA FANTASÍA durante el período vacacional próximo, entre el nueve y el veinte de junio próximo.  ¡Llegó la literatura infantil a Unitropico! ¡Y gracias a Dios me tocó ser su embajador!
  
 Muchas gracias estudiantes,
 profesores y funcionarios de 
UNITROPICO. 























viernes, 9 de mayo de 2014

De la campaña UNTROPICO LEE SIN LIMITES se puede concluir:

 

Que la literatura infantil no tiene edad, la disfrutamos niños y adultos por igual... Se dispararon los préstamos de biblioteca después del 23 de abril y, no fue precisamente la literatura de nuestro recordado Gabo.



Unas muestras de la infinita belleza con la cual iniciamos en la lectura... poemas y cuentos de Aquiles Nazoa, Antonio Orlando Rdríguez, Triunfo Arciniegas, José Martí, Ana María Machado, Tony de Paola, Gianni Rodari, Rafael Pombo, Pilar Lozano, Celso Roman, Ana María Machado, Ziraldo, Marina Colasanti, entre otros son los títulos algunos de los títulos que se recibieron en la donación para formar la colección de literatura infantil en la biblioteca durante la Campaña Unitrópico se lee sin límites...




María Elena Walsh




Como la cigarra



Tantas veces me mataron
tantas veces me morí
sin embargo estoy aquí
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal
y seguí cantando.

Tantas veces me borraron
tantas desaparecí
a mi propio entierro fui
sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la última vez
y volví cantando.

Tantas veces te mataron
tantas resucitarás
tantas noches pasarás
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.

Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.


Lee todo en: Como la cigarra - Poemas de María Elena Walsh http://www.poemas-del-alma.com/maria-elena-walsh-como-la-cigarra.htm#ixzz31H6y33Ix



Para darle un Adiós a Gabo, en este blog ya se había publicado un texto del Maestro, LA MUJER QUE ESCRIBIÓ UN DICCIONARIO, ahora vale la pena recordarlo en otro de sus textos memorables:




Gabriel García Márquez: Alguien desordena estas rosas. Cuento


Gabriel Garcia MarquezComo es domingo y ha dejado de llover, pienso llevar un ramo de rosas a mi tumba. Rosas rojas y blancas, de las que ella cultiva para hacer altares y coronas. La mañana estuvo entristecida por este invierno taciturno y sobrecogedor que me ha puesto a recordar la colina donde la gente del pueblo abandona sus muertos. Es un sitio pelado, sin árboles, barrido apenas por las migajas providenciales que regresan después de que el viento ha pasado. Ahora que dejó de llover y que el sol de mediodía debe haber endurecido el jabón de la cuesta, podría llegar hasta el túmulo en cuyo fondo reposa mi cuerpo de niño, ahora confundido, desmenuzado entre caracoles y raíces.
Ella está prosternada frente a sus santos. Permanece abstraída desde cuando dejé de moverme en la habitación, después de haber fracasado en el primer intento de llegar hasta el altar para coger las rosas más encendidas y frescas. Tal vez hoy hubiera podido hacerlo; pero la lamparita pestañeó, y ella, recobrada del éxtasis, levantó la cabeza y miró hacia el rincón donde está la silla. Debió pensar: “Es otra vez el viento”, porque es verdad que algo crujió junto al altar y la habitación onduló un instante, como si hubiera sido removido el nivel de los recuerdos estancados en ella desde hace tanto tiempo. Entonces comprendí que debía aguardar una nueva ocasión para coger las rosas, porque ella continuaba despierta, mirando la silla, y habría podido sentir junto a su rostro el rumor de mis manos. Ahora debo esperar a que ella abandone la habitación, dentro de un momento, y vaya a la pieza vecina a dormir la siesta medida e invariable del domingo. Es posible que entonces pueda yo salir con las rosas para estar de regreso antes de que ella vuelva a esta habitación y se quede mirando la silla.
El domingo pasado fue más difícil. Tuve que esperar casi dos horas a que ella cayera en  el  éxtasis.  Parecía  intranquila, preocupada, como  si  la  hubiera  atormentado la certidumbre de que súbitamente su soledad en la casa se había vuelto menos intensa.
Dio varias vueltas por el cuarto con el ramo de rosas, antes de abandonarlo en el altar. Luego salió al pasadizo, miró adentro y se dirigió a la pieza vecina. Yo sabía que estaba buscando la lámpara. Y después cuando volvió a pasar frente a la puerta y la vi en la claridad del corredor con el saquito oscuro y las medias rosadas, me pareció que era todavía igual a la niña que hace cuarenta años se inclinó sobre mi cama, en este mismo cuarto, y dijo: “Ahora que le han puesto los palillos, tiene los ojos abiertos y duros”. Era igual, como si no hubiera transcurrido el tiempo desde aquella remota tarde de agosto en que las mujeres la trajeron al cuarto y le mostraron el cadáver y le dijeron: “Llora. Era como un hermano tuyo”; y ella se recostó contra la pared, llorando, obedeciendo, todavía ensopada por la lluvia.
Desde hace tres o cuatro domingos estoy tratando de llegar hasta las rosas, pero ella ha permanecido vigilante frente al altar; vigilando las rosas con una sobresaltada dili- gencia que no le había conocido en los veinte años que lleva de vivir en la casa. El domingo pasado, cuando salió a buscar la lámpara, logré componer un ramo con las mejores rosas. En ningún momento he estado más cerca de realizar mi deseo. Pero cuando me disponía a regresar a la silla oí de nuevo las pisadas en el pasadizo, ordené brevemente las rosas en el altar; y entonces la vi aparecer en el vano de la puerta con la lámpara en alto.
Tenía puesto el saquito oscuro y las medías rosadas, pero había en su rostro algo como la fosforescencia de una revelación. No parecía entonces la mujer que desde hace veinte años cultiva rosas en el huerto, sino la misma niña que en aquella tarde de agosto trajeron a la pieza vecina para que se cambiara de ropa y que regresaba ahora con una lámpara, gorda y envejecida, cuarenta años después.
Mis zapatos tienen todavía la dura costra de barro que se les formó aquella tarde, a pesar de que permanecieron secándose durante veinte años junto al fogón apagado. Un día fui a buscarlos. Esto fue después que clausuraron las puertas, descolgaron del umbral el pan y el ramo de sábila, y se llevaron los muebles. Todos los muebles, menos la silla del rincón que me ha servido para estar durante todo este tiempo. Yo sabía que los za- patos habían sido puestos a secar y que ni siquiera se acordaron de ellos cuando abandonaron la casa. Por eso fui a buscarlos.
Ella volvió muchos años después. Había transcurrido tanto tiempo, que el olor a almizcle del cuarto se había confundido con el olor del polvo, con el seco y minúsculo tufo de los insectos. Yo estaba solo en la casa, sentado en el rincón; esperando. Y había aprendido a distinguir el rumor de la madera en descomposición, el aleteo del aire volviéndose viejo en las alcobas cerradas. Entonces fue cuando ella vino. Se había parado en la puerta con una maleta en la mano, un sombrero verde y el mismo saquito de algodón que no se ha quitado desde entonces. Era todavía una muchacha. No había empezado a engordar ni los tobillos le abultaban bajo las medias, como ahora. Yo estaba cubierto de polvo y telaraña cuando ella abrió la puerta y en alguna parte de la habitación guardó silencio el grillo que había estado cantando durante veinte años. Pero a pesar de eso, a pesar de la telaraña y el polvo, del brusco arrepentimiento del grillo y de la nueva edad de la recién llegada, yo reconocí en ella a la niña que en aquella tor- mentosa tarde de agosto me acompañó a coger nidos en el establo. Así como estaba, parada en la puerta con la maleta en la mano y el sombrero verde, parecía como si de pronto fuera a ponerse a gritar, a decir lo mismo que dijo cuando me encontraron bocarriba entre la hierba del establo todavía aferrado al travesaño de la escalera rota. Cuando ella abrió la puerta por completo, los goznes crujieron y el polvillo del techo se derrumbó a golpes, como si alguien se hubiera puesto a martillar en el caballete; entonces ella vaciló en el marco de claridad, introduciendo después medio cuerpo en la habitación, y dijo con la voz de quien está llamando a una persona dormida: “¡Niño!
¡Niño!” Y yo permanecí quieto en la silla, rígido, con los pies estirados.
Creía que sólo venía a ver el cuarto pero siguió viviendo en la casa. Aireó la habitación y fue como si hubiera abierto la maleta y de ella hubiera salido su antiguo olor a almizcle.
Los otros se llevaron los muebles y la ropa en los baúles. Ella sólo se había llevado los olores del cuarto, y veinte años después los trajo de nuevo, los colocó en su lugar y re- construyó el altarcillo; igual que antes. Su sola presencia bastó para restaurar lo que la implacable laboriosidad del tiempo había destruido. Desde entonces come y duerme en la pieza de al lado, pero se pasa los días en ésta, conversando en silencio con los santos. Durante la tarde se sienta en el mecedor, junto a la puerta, y zurce la ropa mientras atiende a quienes vienen a comprarle flores. Ella se mece siempre mientras zurce la ropa. Y cuando viene alguien por un ramo de rosas, guarda la moneda en la esquina del pañuelo que se anuda a la cintura y dice invariablemente: “Coge las de la derecha, que las de la izquierda son para los santos”.
Así ha estado en el mecedor durante veinte años, zurciendo sus cositas, meciéndose, mirando hacia la silla, como si por ahora no cuidara del niño que compartió con ella las tardes de la infancia, sino del nieto inválido que está aquí, sentado en el rincón desde cuando la abuela tenía cinco años.
Es posible que ahora, cuando vuelva a bajar la cabeza, pueda acercarme a las rosas. Si logro hacerlo iré hasta la colina, las pondré sobre el túmulo y regresaré a mi silla, a esperar el día en que ella no vuelva al cuarto y cesen los ruidos en las piezas de al lado.
Este día habrá una transformación en todo esto, porque yo tendré que salir otra vez de la casa para avisarle a alguien que la mujer de las rosas, la que vive sola en la casa arruinada, está necesitando cuatro hombres que la conduzcan a la colina. Entonces quedaré definitivamente solo en el cuarto. Pero en cambio ella estará satisfecha. Porque ese día sabrá que no era el viento invisible lo que todos los domingos llegaba a su altar y le desordenaba las rosas.